Te siento cerca mío. Amanezco. Aún los cuerpos debajo de la sábana están calientes. Te respiro. Te inhalo. Tu aire me penetra. Inhalo profundo. Aún estás dormido. Paz en tu cuerpo. Paz en tu alma. Se eriza mi piel en cada uno de esos milisegundos en los cuales siento tu vibrar en mi cuerpo. Te rozo con el índice. Mi mano derecha comienza en Adán, en tu protuberancia, en tu riqueza: tu garganta. La abrazo, la beso, imagino tu sexo. Bajo por la línea delgada que separa tu derecho de tu izquierdo. Continúo por esa línea media que me desplaza suavemente hasta el fondo de tu vientre. Sostengo un segundo antes de llegar a tus pelos oscuros y salvajes. Continúo luego de volver a inhalarte. Comenzás a moverte, te vas despertando. Entro en picada, en cascada, en ese instante de suspenso... mantengo el control energético. Acaricio suavemente tu pene, sigo con el índice moviéndome hasta despertarte verdaderamente despertarte con esa incomodidad violenta.
Ahora somos dos.
Comenzás a besarme el cuello, sigo descendiendo hasta tus dos esferas candentes, las acaricio, las contengo; en mi palma las contengo amorosamente, siento todo el placer que contienen, siento todo el futuro de la especie. Con la misma palma abierta asciendo. Me encuentro nuevamente con tu miembro. Lo contengo. Comenzás a ponerte ansioso. Más ansioso te ponés, más me detengo. Te contengo. A cada momento más erecto. Contenés la respiración, tus omóplatos buscan el colchón, tu cuerpo entero está tenso.
Respiro en tu oído. Te retengo.
M.A.M.